domingo, 29 de diciembre de 2013


          NAVIDAD SIN  ORO NI PLATA

                

      Hace ya algunos años de esa Navidad entrañable y mágica, cuando pasábamos las fiestas navideñas  en Pineda, donde la naturaleza nos daba lo que necesitábamos para adornar la casa. Invitando a juntarse para rememorar viejas tradiciones. La fiesta se movía para juntar a las familias y a los amigos, en torno a la estufa o al fuego de la chimenea, son costumbres que se repitan cada año, pero creo que tienden a ser cada vez más diferentes por el ambiente en el que nos movemos últimamente. Pero la Navidad autentica es la que se vive desde dentro de cada uno de nosotros, haciéndola nuestra y sintiéndonos felices en el lugar donde estemos. El simple hecho de encender una vela, el brillo de una mirada y ver sonreír a un niño puede ser un gesto mágico.

A la Navidad con su poder mágico le pido esperanza, paz, suerte, salud y amor para todo el mundo.

   

   Esta zona de la Alcarria Conquense conserva aun su tono primigenio y un marcado carácter rural, la actividad agropecuaria sigue configurando lo esencial de la vida local.
Por la carretera de “arriba”, cuando vamos a Huete para ver a la familia y felicitarle la Navidad, los imponentes jabalíes y corzos salen de la espesura, cruzándose como si tal cosa por delante del coche cuando vamos  conduciendo. Ya bajando los rastrojos se han vuelto prados, más allá las encinas y los pinos delimitan la zona de monte con la de cultivo.
Los pocos burros de la zona de color tordo son el único toque plateado del entorno. La Navidad en el campo es austera y ensimismada. No hay atascos, compras frenéticas, bocinas, trajes de fiesta. No hay decoración. Hay, si, olores reconfortantes a guisos de mucho cocer y esperar, lucecitas en el cielo que salpican la noche aquí y allá, más parecidas a luciérnagas que a los millonarios tendidos eléctricos en la ciudad.
Se recogen hierbas olorosas y se hace provisión de piñas para quemar en la chimenea.  A nadie se le ocurriría pintarlas de purpurina para dar un aire festivo a la mesa porque entrarían en la franca competencia con las partículas brillantes del aire frio que todo lo envuelve  y parece amortiguar hasta el toque de las campanadas del reloj de la plaza.
En el pueblo,  la Navidad retoma la serenidad de la fiesta campesina que celebra la llegada de los dioses del invierno. Los colores son el verde y el rojo por propio derecho porque  la estación así lo ha dispuesto, pero los caprichos de los dioses en esos días tan de fiesta pueden llegar a vestir de gala, luciendo sus mantos blancos, cubren los campos, los arboles y los tejados de blanco, colgando de sus ramas y aleros sus joyas finas y transparentes; así que allí, vigilando el puchero donde hierven las judías con chorizo, el cocido con codillo y repollo, asando patatas  y castañas en la brasas , la Navidad es mas Navidad.
 El barniz americano con su papá Noel y lazos de pega, ha hecho desertar de estas fiestas a mucha gente. En el pueblo esta Navidad desaparece como por arte de magia y sólo el magnífico espectáculo de la naturaleza reclama nuestra atención. Te abrigas, te calzas las botas y el gorro de lana y a disfrutar del paseo sin prisas, ni atascos.
Te acercas hasta el matadero a comprar carne para hacer chorizos, lomos embuchados y demás guisos típicos de matanza, pasando de largo de los percebes, centollos, vieras, por falta de costumbre vaya, pero te permites festejar el día de Año Nuevo con unos langostinos y gambas, brindando con los pocos parroquianos con champan o sidra, por un FELIZ AÑO, lejos de las comidas de empresa y obligaciones sociales. El hígado sufre lo justo y la vista se aclara en el imponente horizonte.
En los pinares desiertos no hay bolas de colores, ni espumillón  ni escaparates. No hay cotillones, ni restaurantes, ni champan.
El veinticuatro de diciembre vas a la misa del gallo (tras la cena de Nochebuena), su celebración tiene por objeto la conmemoración  cristiana del nacimiento del Niño Dios. Después una copita con los amigos.
El treinta y uno de diciembre vas a Cuenca  a ver la ruta de los belenes, después un chocolate con roscón de reyes  en la cafetería Ruiz, te calienta y reconforta del frio que has pasado recorriendo las callejuelas de la vieja ciudad; por último haces las compras de navidad que te faltan, por las calles mojadas y engalanadas, acurrucándote bajo los soportales.
Vuelves un poco arrebatado a tu pueblo, a tu casa, a la chimenea, a la cocina. Hay una sola vela encendida tú misma.

2 comentarios:

RAUL dijo...

Sin duda eran otras Navidades. Las describes tal cual eran y haces que se añoren, no sé si como lo mayores que nos hemos hecho o como lo niños que quisiéramos volver a ser. En cualquier caso siento que ya no volverán. Y en este caso, cualquier tiempo pasado fue mejor.
Feliz Navidad y próspero Año Nuevo para todos.
Y aunque siga siendo de año en año con mi "inocentada" y tus escritos, por lo menos el blog sigue abierto aunque poco participativo.

CDPG dijo...

bonitas palabras para estas entrañables fechas. Lastima que el acondicionamiento de la casa no nos permita dsfrutarlo. Asi que desde la mole urbana de Madrid deseamos a los pocos que acceden todavia a este nuestro blog, FELIZ 2014