NAVIDAD SIN ORO NI PLATA
Hace ya algunos años de esa Navidad
entrañable y mágica, cuando pasábamos las fiestas navideñas en Pineda, donde la naturaleza nos daba lo que
necesitábamos para adornar la casa. Invitando a juntarse para rememorar viejas tradiciones.
La fiesta se movía para juntar a las familias y a los amigos, en torno a la
estufa o al fuego de la chimenea, son costumbres que se repitan cada año, pero
creo que tienden a ser cada vez más diferentes por el ambiente en el que nos
movemos últimamente. Pero la Navidad autentica es la que se vive desde dentro de
cada uno de nosotros, haciéndola nuestra y sintiéndonos felices en el lugar
donde estemos. El simple hecho de encender una vela, el brillo de una mirada y ver
sonreír a un niño puede ser un gesto mágico.
A la Navidad con su
poder mágico le pido esperanza, paz, suerte, salud y amor para todo el mundo.
Esta zona de la Alcarria Conquense conserva
aun su tono primigenio y un marcado carácter rural, la actividad agropecuaria
sigue configurando lo esencial de la vida local.
Por la carretera de
“arriba”, cuando vamos a Huete para ver a la familia y felicitarle la Navidad,
los imponentes jabalíes y corzos salen de la espesura, cruzándose como si tal
cosa por delante del coche cuando vamos conduciendo. Ya bajando los rastrojos se han
vuelto prados, más allá las encinas y los pinos delimitan la zona de monte con
la de cultivo.
Los pocos burros de
la zona de color tordo son el único toque plateado del entorno. La Navidad en
el campo es austera y ensimismada. No hay atascos, compras frenéticas, bocinas,
trajes de fiesta. No hay decoración. Hay, si, olores reconfortantes a guisos de
mucho cocer y esperar, lucecitas en el cielo que salpican la noche aquí y allá,
más parecidas a luciérnagas que a los millonarios tendidos eléctricos en la
ciudad.
Se recogen hierbas
olorosas y se hace provisión de piñas para quemar en la chimenea. A nadie se le ocurriría pintarlas de purpurina
para dar un aire festivo a la mesa porque entrarían en la franca competencia
con las partículas brillantes del aire frio que todo lo envuelve y parece amortiguar hasta el toque de las campanadas
del reloj de la plaza.
En el pueblo, la Navidad retoma la serenidad de la fiesta
campesina que celebra la llegada de los dioses del invierno. Los colores son el
verde y el rojo por propio derecho porque
la estación así lo ha dispuesto, pero los caprichos de los dioses en
esos días tan de fiesta pueden llegar a vestir de gala, luciendo sus mantos
blancos, cubren los campos, los arboles y los tejados de blanco, colgando de
sus ramas y aleros sus joyas finas y transparentes; así que allí, vigilando el
puchero donde hierven las judías con chorizo, el cocido con codillo y repollo,
asando patatas y castañas en la brasas ,
la Navidad es mas Navidad.
El barniz americano con su papá Noel y lazos
de pega, ha hecho desertar de estas fiestas a mucha gente. En el pueblo esta Navidad
desaparece como por arte de magia y sólo el magnífico espectáculo de la
naturaleza reclama nuestra atención. Te abrigas, te calzas las botas y el gorro
de lana y a disfrutar del paseo sin prisas, ni atascos.
Te acercas hasta el
matadero a comprar carne para hacer chorizos, lomos embuchados y demás guisos
típicos de matanza, pasando de largo de los percebes, centollos, vieras, por
falta de costumbre vaya, pero te permites festejar el día de Año Nuevo con unos
langostinos y gambas, brindando con los pocos parroquianos con champan o sidra,
por un FELIZ AÑO, lejos de las comidas de empresa y obligaciones sociales. El
hígado sufre lo justo y la vista se aclara en el imponente horizonte.
En los pinares
desiertos no hay bolas de colores, ni espumillón ni escaparates. No hay cotillones, ni restaurantes,
ni champan.
El veinticuatro de
diciembre vas a la misa del gallo (tras la cena de Nochebuena), su celebración
tiene por objeto la conmemoración
cristiana del nacimiento del Niño Dios. Después una copita con los
amigos.
El treinta y uno de
diciembre vas a Cuenca a ver la ruta de
los belenes, después un chocolate con roscón de reyes en la cafetería Ruiz, te calienta y
reconforta del frio que has pasado recorriendo las callejuelas de la vieja
ciudad; por último haces las compras de navidad que te faltan, por las calles
mojadas y engalanadas, acurrucándote bajo los soportales.
Vuelves un poco
arrebatado a tu pueblo, a tu casa, a la chimenea, a la cocina. Hay una sola
vela encendida tú misma.
2 comentarios:
Sin duda eran otras Navidades. Las describes tal cual eran y haces que se añoren, no sé si como lo mayores que nos hemos hecho o como lo niños que quisiéramos volver a ser. En cualquier caso siento que ya no volverán. Y en este caso, cualquier tiempo pasado fue mejor.
Feliz Navidad y próspero Año Nuevo para todos.
Y aunque siga siendo de año en año con mi "inocentada" y tus escritos, por lo menos el blog sigue abierto aunque poco participativo.
bonitas palabras para estas entrañables fechas. Lastima que el acondicionamiento de la casa no nos permita dsfrutarlo. Asi que desde la mole urbana de Madrid deseamos a los pocos que acceden todavia a este nuestro blog, FELIZ 2014
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