lunes, 18 de julio de 2011

Niños de pueblo con río

El agua junto con los paisajes de ensueño de la Serranía conquense son los protagonistas de las excursiones que organiza el Club Deportivo. Casi todas las personas que vamos a estas salidas alguna vez, por no decir todas, el agua ha formado parte de nuestros juegos infantiles y sobre todo de los niños de Pineda, niños de juegos de rio. Pineda es un pueblo con mucho agua, rodeada de fuentes y riachuelos por todas partes.
El día que elegimos para ir de excursión fue un día soleado y con calor, ya en ésta época del año, pero aunque hizo calor el recorrido fue sombrío y fresco. Andar bordeando la ribera es una experiencia serena y tranquila. La vegetación, abundante y espesa, nos protegió del sol durante casi todo la ruta. A lo largo del itinerario atravesamos la ribera en algunas ocasiones y el sendero estaba cubierto casi siempre por bosques de pinos. La diversidad vegetal hizo que el paseo fuese muy agradable para los amantes de la naturaleza y para los que busquen tranquilidad.
Saliendo del pueblo de Tragacete, nos dirigimos al noroeste de la población cogimos una estrecha carretera, que tras unos kms. Cruzamos el río Júcar por un pequeño puente y siguiendo su cauce, primero por la margen izquierda y después por la derecha, nos fuimos introduciendo en un cerrado valle, en cuya cabecera nos encontramos con la Cascada del Molino, precioso salto de agua de varios metros de altura, que fue un preámbulo de las maravillas de la cuenca alta de este río.
Durante la excursión oímos cantar algún ruiseñor o jilguero, también vimos alguna que otra rapaz. La presencia de agua, favorece también el hábitat para pequeños anfibios, ranas, sapos o incluso alguna culebra de agua, pero lo que llama más la atención es la gran variedad de mariposas que revolotean incansables por los márgenes de la orilla.

Hoy los ríos creo que se han convertido en un lugar del que los padres desconfían, o bien están contaminados, o son cenagosos, ¡y mucho más!, hay criaturas feroces creadas por la fantasía de los nuevos juegos de consola, o simplemente su acceso no es tan fácil como cuando pasábamos el verano en el pueblo.
Cuando yo era niña la visita al rio Salas era el punto culminante del día y sobre todo el baño en la presa de la “CENTRAL”, eso sí que era una gozada, cada año nos costaba mucho limpiarla, pero merecía la pena. El tiempo que teníamos libre, (después de salir de la escuela y hacer los deberes) lo empleábamos en sacar tierra, cortar malas hierbas y matojos, del matorral en el que se había convertido a lo largo del año el fondo de la presa. Un baño en la presa era la mayor diversión que podíamos tener, puesto que no teníamos piscina ni íbamos a ir a la playa. La presa hoy día está abandonada, pero sigue con el paso del tiempo tan solida como un circo romano y en un lugar de sol y sombras privilegiado. Tener ésta presa para nosotros era un lujo, ya que ningún pueblo de los alrededores tenía piscina.
Caminando en medio de los monótonos trigales soleados, y aturdidos muchas veces por la brillante luz extrema y abrasadora, un rio por lo modesto que fuera, era un lujo, una bendición y representaba un escenario en el que todas las aventuras podían ocurrir.

Los pueblos con rio se consideraban afortunados porque el regadío estaba asegurado y crecían junto al rio frondosos huertos.
Siempre había un par de chicos mayores, de nueve y doce años como mucho, expertos en lanzar guijarros, un deporte que tiene su miga, porque hay que lanzarlos lo suficientemente rasantes para que no se hundan de inmediato y para que hagan en la superficie del agua bonitas hondas concéntricas, (había auténticos expertos en esto); en atrapar cangrejos y en cruzar la corriente no hacía falta experiencia sino ganas de descubrir y aprender, claro está sin ver el peligro, Pero, más que nadar, lo suyo era jugar en la orilla, levantar cabañas, hacer diques, comiditas y bolas con el barro, y después combates con tremendas espadas cortantes fabricadas con los juncos y las espadañas, estos juegos casi siempre acababan como el rosario de la aurora, porque la cocinita o la bola del otro te gustaba más que la tuya y se la acabas rompiendo.
La vida en el rio era tan seductora y tan importante para todos que era un medio de vida y entretenimiento.

Las niñas éramos admitidas con cierto recelo, pero las que llevábamos pantalones teníamos más posibilidades de unirnos a la excursión. Al principio nos quedábamos en la orilla en los prados verdes recogiendo florecillas para hacer diademas y comiditas exclusivamente churretosas, puro barro y trozos de palos rotos que colocamos en platillos de forma artística adornados con alguna florecilla de las muchas y variadas que había en la orilla del rio.
Pronto se vio que aquello era un rollazo y que la división del trabajo era sólo cosa de adultos.
Nosotros queríamos participar de la verdadera aventura, que era, sin lugar a dudas, cruzar el rio de lado a lado, vestidos todos, y encontrar madrigueras de animales y cuevas en la roca.
Llegábamos arañados y febriles, sucios y con algo roto; sabíamos que el precio por la inaudita rebelión seria un fregoteo y algunas lágrimas por un pescozón materno, pero valía la pena. Es lo más salvaje que yo recuerdo haber hecho nunca en mi infancia; ni siquiera se le podía comparar con cazar murciélagos, que tenían la misma cara que los “los sanochaores” (trasnochadores) de Cardenete, por eso de no dormir por la noche, claro esta no dormir pero tampoco parar. Extraído de la crónica carrera de Cardenete.
Ahora los ríos disponen de instalaciones, embarcaderos, depuradoras toboganes, motos de agua, caladeros y todas esas cosas que urbanizan y aplastan la libertad personal.
No creo que los ríos actuales hayan dado grandes escritores o artistas. En aquellos tiempos, siempre te encontrabas con algún pintor con su caballete frágil y su paleta pintando al aire libre y con el perro durmiendo su lado.
Muchos de nosotros recordaran como se extraía la esencia del espliego a la orilla del rio y como el aroma inundaba el camino de vuelta a casa.
Ninguna madre en sus cabales, después del teatral tortazo, lamentaba que sus hijos hubieran pasado la tarde en un sitio tan lleno de maravillas y que no hubiera hecho falta enchufarles la tele para que no dieran más la lata.
Volvíamos con el corazón rebosante de emociones y la cabeza llena de preguntas y de visiones.
También, si había suerte, y para suavizar el coscorrón, ofrecíamos algunos cangrejos y florecillas, aunque nos guardábamos los renacuajos y los insectos innombrables.
En el rio aprendimos a no tener miedo de la naturaleza y aunque hubo alguna peripecia más o menos angustiosa, la cosa nunca llego a mayores. Nosotros hemos llegado a mayores así, siendo niños de pueblo con rio.


Realizado por Mila

3 comentarios:

Victor dijo...

Espero que no te moleste MILA, pero me ha pasado Trini tu relato para que lo leyese y no podio esperar al regreso de tus vacaciones y me he tomado la licencia de "adornar" nuestro blog con esa mezcolanza de lo preterito y lo actual. Ayer y hoy se conjugan en esta bonita historia en torno a la marcha de senderismo y que, a buen seguro, traerá no pocos recuerdos nostálgicos de vuestra niñez en Pineda. Bonito relato corto para el bonito día que pasamos en torno al nacimiento del Jucar.

Jose Alberto dijo...

Que bonito!

RAUL dijo...

Mi largo "retiro" del blog no me impide ahora decirte que me has trasladado a mi adolescencia entre el Júcar, en Cuenca y el río Lagomez (que sino se llama así, nosotros lo hacíamos) en Villar de Horno.
Me debo estar haciendo mayor porque aparte de correr cada vez menos, últimamente añoro mucho aquellos maravillosos años.
Precioso relato del lugar donde estuve hace 40 años viendo a mi hermano mayor, que estaba en el albergue con la OJE y que al parecer, gracias a que mi padre me refrescó la memoria, estuve comiendo al lado de la cascada. ¡Sigo añorando!