martes, 4 de diciembre de 2012

CUENCA, un capricho de la naturaleza


Esta vez quiero hablar de la ciudad de Cuenca, puesto que las excursiones las hemos hecho por la provincia y a la “bella durmiente“ la tenemos abandonada.

La provincia es tan extensa y tan dispar a la vez, que por eso resulta tan sorprendente.

Dicen las crónicas que Cuenca fue un regalo de bodas de la dote del rey moro de Sevilla a su hija Zaida, cuando la princesa abadí casó con Alfonso VI de Castilla, allá por finales del siglo XI y, es que no podía ser menos que un regalo, un regalo para los sentidos, un antojo de la naturaleza, por eso dicen que es UNICA.

Pero de Cuenca no quiero hablar de su historia, para eso están los historiadores, quiero hablar de su belleza, que me emociona. Quiero compartir esas sensaciones que me nacen al pasearla. Quiero un recorrido en prosa poética por su magia.


CUENCA, un capricho de la naturaleza

La provincia de Cuenca tiene por ciudad la más bella de las fantasías. Y es que esta ciudad nacida en un escarpado farallón, colgada en la inmensidad del universo, gravitando en el espacio y acunada por la melodía del discurrir secular de los ríos Júcar y Huécar, es hoy una admirada Ciudad del Mundo. Dicen que el paraíso era un lugar entre dos ríos, como esta “Mesopotamia” de alta piedra, de luz y misterio.




Por la mañana, al rayar el alba, el sol trata de despertarla. Discretamente se va asomando por los ventanales, mientras ella como ninfa somnolienta y coqueta, se adorna con los encantos de las rocas y se perfuma con las gotas del rocío, que huelen a resina dorada, mezcladas con el verdor del paisaje.
Desde la lejanía Cuenca se ve vertical, por el desnivel desde su alto castillo a sus bajas hoces. La Cuenca alta es un monte tan estrecho, que por eso, cualquier breve paseo discurre del asombro a la fascinación, pasando del espectacular mirador del Júcar sobre los acantilados calcáreos, a la vistosidad de la balconada del Huécar, verde jardín, de la ciudad rocosa.

En la parte baja discurren sus ríos, labrando sus hoces, en un viaje minucioso y constante, diferentes en cada estación, pintadas con los colores propios de cada temporada, como si compusieran un lienzo sobre la tierra, abriendo caminos insólitos y sorprendentes.
Cuenca, conjunto de rocas y farallones tallados lentamente durante siglos por el viento y la lluvia, donde la naturaleza jugando con su fantasía desbordada, ha construido auténticos monumentos de piedra, vibrantes en su propia inmovilidad.

En el remanso de sus ríos, surge la Cuenca moderna, por la que ahora transitamos, la ciudad nueva, un espacio que empezó a crecer en el siglo XIX, con un futuro incierto, sembrando espacios sin orden, donde empezaron a brotar moles de hormigón lejos de sus viejas callejuelas de tapeo y diversión, lejos de su Carretería, que acoge al viajero perdido, buscando algo que alguna vez olvidó y ya no encuentra, porque los tiempos modernos se han encargado de que desaparezca, porque este mundo ha cambiado muy deprisa.

Pero la Cuenca Patrimonio de la Humanidad, es la otra, este escondite del aire, donde las cumbres se asoman al abismo entre el Júcar y el Huécar. La que ha encandilado al mundo, la Cuenca de las hoces, a la que abraza el sol de madrugada y a la que despide con nostalgia cada tarde, a la que arrullan los álamos y la que se refleja en el espejo de sus ríos, colgada desde un lazo de colores.





Toda la ciudad está dominada por la Torre de Mangana y su reloj, la única incoherencia de esta ciudad “impertérrita, imperturbable”, en la que las horas y los minutos carecen de sentido.

Esta ciudad asomada al borde del precipicio, puede guardar las claves de muchos enigmas medievales, para descubrirlos hay que hacer la intención de visitarla, esta fuera del camino, al final de los pinares. Hay que visitarla como a las cosas importantes, igual que se va al encuentro de la persona amada.

Cuando llega la tarde, allá en el horizonte, el sol del ocaso se desliza por su silueta, cubriendo sus recodos y farallones. Los rayos, colorean sus mejillas y la visten de fiesta. Cada día, sin querer despedirse, sueña con la madrugada del alba, y con el anochecer del crepúsculo. No quiere que llegue la noche y la cubra con su manto de estrellas, que la hace todavía más bella, y esta celoso ya de no poder verla ni tenerla.


Las ciudades mueren cuando llega la noche, pero esta Cuenca encantada sigue bella hasta cuando el sol se marcha; la noche la envuelve en un aire de misterio que hechiza al visitante, en ese momento la luz de ámbar empieza a inundar la ciudad de matices. Las sombras alargadas, retratadas a nuestro alrededor, dan la sensación de que flotan llevando a los ríos girones del castillo. Este es el atractivo y la magia que envuelve a esta ciudad misteriosa. Esta es la hora en la que la seducción y el encanto aparecen en la ciudad, y todo su hechizo se descubre callejeando por el laberinto de sus empinadas, entredormidas y misteriosas calles, bordeando sus rondas y sorteando sus pasadizos, adentrarnos en aquella Edad Media, llena de imaginación e inventivas, en la que todas sus calles te susurran historias de otras épocas.
¿Cómo saber cuándo y cómo es más bella?, ¿de día o de noche, por dentro o por fuera, de cerca o de lejos?




De repente soy consciente de que a las horas se las ha llevado el tiempo y al sonido lo ha apagado el silencio, no quiero seguir contándoos para no despertarla de sus sueños mágicos.

La noche quiere el silencio, más la luz busca en la penumbra la fiesta. Cuenca se acostará iluminada y seguirá durmiendo.

El turista podrá perderse en la noche iluminada y mágica, sí, él sí podrá. A mí me queda el placer de volver cuando me plazca.

 



7 comentarios:

merce dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
merce dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
merce dijo...

Precioso, parece que lo he pensado yo.

rober dijo...

que bonitas las fotos!!! y cuanta razon tienes!!!

RAUL dijo...

Solamente el poeta conquense Federico Muelas la ha descrito a tu nivel. Para quien no lo conozca, aquí va un fragmento poético de su obra. A mí sólo me queda alimentarme de ella, como dices tú, cuando me place cada vez que vuelvo. Es la gran suerte que tenemos los allí nacidos.

Alzada en limpia sinrazón altiva
–pedestal de crepúsculos soñados–,
¿subes orgullos? ¿Bajas derrocados
sueños de un dios en celestial deriva?

¡Oh, tantálico esfuerzo en piedra viva!
¡Oh, aventura de cielos despeñados!
Cuenca, en volandas de celestes prados,
de peldaño en peldaño fugitiva.

Gallarda entraña de cristal que azores
en piedra guardan, mientras plisa el viento
de tu chopo el audaz escalofrío.

¡Cuenca, cristalizada en mis amores!
Hilván dorado al aire del lamento.
Cuenca, cierta y soñada, en cielo y río».

Tomado de Cuenca. Tierra de sorpresas y encantamientos, Editorial Everest, León, 1977, p. 8

RAUL dijo...

Solamente el poeta conquense Federico Muelas la ha descrito a tu nivel. Para quien no lo conozca, aquí va un fragmento poético de su obra. A mí sólo me queda alimentarme de ella, como dices tú, cuando me place cada vez que vuelvo. Es la gran suerte que tenemos los allí nacidos.

Alzada en limpia sinrazón altiva
–pedestal de crepúsculos soñados–,
¿subes orgullos? ¿Bajas derrocados
sueños de un dios en celestial deriva?

¡Oh, tantálico esfuerzo en piedra viva!
¡Oh, aventura de cielos despeñados!
Cuenca, en volandas de celestes prados,
de peldaño en peldaño fugitiva.

Gallarda entraña de cristal que azores
en piedra guardan, mientras plisa el viento
de tu chopo el audaz escalofrío.

¡Cuenca, cristalizada en mis amores!
Hilván dorado al aire del lamento.
Cuenca, cierta y soñada, en cielo y río».

Tomado de Cuenca. Tierra de sorpresas y encantamientos, Editorial Everest, León, 1977, p. 8

RAUL dijo...

Hace tanto tiempo que no publicaba un comentario que no sé que he hecho que lo he duplicado. Igual es que el blog me quiere animar a participar de nuevo con más asiduidad. Me gustaría, pero sigo viendo que la gente sigue sin soltarse.
Aprovecho para felicitar el 2013 a todo cimburrio, de nacimiento, adopción o de proximidad, como yo, y que se cumplan todos vuestros sueños y deseos, incluso los inconfesables.
Besos y abrazos a discreción.